Pero un aspecto es fácilmente pasado por alto. Podría ser bueno para el resto del mundo, incluido Reino Unido. ¿Cómo es eso? Porque a medida que China toma represalias con sus propios aranceles sobre los productos estadounidenses, todo lo que proviene del resto del mundo se vuelve más competitivo. Claro que Trump está abriendo el mercado chino, pero quizás no es muy sorprendente que un hombre que no tiene sentido de la ironía, lo esté abriendo a empresas de todo el mundo, excepto de su propio país.
Si alguien pensó que Estados Unidos y China estaban a punto de alcanzar una tregua en su batalla por el comercio, se habrán sentido muy decepcionados esta semana. Trump dijo que impondría un impuesto del 10 por ciento sobre un volumen adicional de 300.000 millones de dólares en importaciones chinas, lo que se suma al 25 por ciento que ya había impuesto sobre los 250.000 millones de ventas del gigante asiático a EEUU. A partir del 1 de septiembre, todas las importaciones chinas a Estados Unidos se enfrentarán a algún tipo de arancel. A menos que se pueda llegar a un acuerdo antes de esa fecha, y hay pocos indicios de ello, el libre comercio entre los dos países se ha roto. No hay muchas señales que importen al presidente, pero toda la evidencia sugiere que son los consumidores estadounidenses los más afectados por ello.
Después de todo, las tasas serán pagadas por los estadounidenses que compran productos hechos en China. Un estudio realizado por la Oficina Nacional de Investigación Económica de Estados Unidos reveló que los aranceles impuestos hasta ahora se habían transferido a los clientes y que ya habían reducido los ingresos reales en ese país en un estimado de 1.400 millones de dólares al mes. Ciertamente no hay nada que sugiera que haya mejorado la balanza comercial de EEUU o que se haya restaurado la competitividad de sus industrias manufactureras. Sin em-bargo, una guerra comercial es similar a cualquier otro conflicto en un aspecto importante. Hay ganadores y perdedores. Y en este caso, los ganadores serán las empresas del resto del mundo.
Las tasas las pagan los consumidores estadounidenses que compran productos chinos
La razón es simple. Mientras Trump aplica los aranceles a los productos chinos, no es de extrañar que los chinos estén tomando represalias con sus propios aranceles. Ya ha impuesto gravámenes a 110.000 millones de dólares de productos estadounidenses que llegan a China. En junio, elevó las tasas en productos como aviones, aluminio, carne de cerdo, soja y langostas. Hay productos de todo tipo en la lista. La cáscara de melón, por ejemplo, o las agujas de coser, y los "robots de soldadura láser", que suenan un poco aterradores, se enfrentan ahora a aranceles en China si proceden de los Estados Unidos.
Sin embargo, el punto importante es el siguiente. Esos productos no tendrán esas cargas si provienen de otro lugar. ¿El resultado neto?: Los productos del resto del mundo están a punto de ser mucho más competitivos en el mercado chino. Según un análisis del Instituto Peterson de Economía Internacional, el arancel medio chino sobre los productos de EEUU es ahora del 20,7 por ciento, frente a una media del 6,7 sobre las importaciones procedentes de otros países. Hace un año, el arancel medio era del 8 por ciento tanto para EEUU como para el resto del mundo. En otras palabras, se ha abierto una gran brecha.
Ya podemos ver el impacto de esto en las últimas cifras. En junio, las importaciones chinas procedentes de EEUU cayeron un 31 por ciento. Claro que la economía china se ha ralentizado un poco (aunque sigue creciendo a un ritmo de más del 6 por ciento al año, lo que la mayoría de nosotros pensaríamos que es bastante bueno), pero esa no es realmente la explicación. En general, en junio, el último mes del que se dispone de datos, las importaciones chinas cayeron poco más de 7 puntos porcentuales, muy por debajo de la mengua de las ventas procedentes de Estados Unidos.
De hecho, si se excluyen las importaciones estadounidenses, el total se mantuvo estable en términos generales. No es difícil saber lo que está pasando. Las empresas y los consumidores chinos están empezando a pasar de comprar a Estados Unidos a comprar a otros países, y eso solo va a acelerarse, que es justo lo que los libros de texto predicen cuando dos países inicien una guerra comercial. Eso es malo para los exportadores estadounidenses, pero potencialmente bueno para to-dos los demás.
Europa tiene una gran oportunidad para extender sus exportaciones y su mercado a China
Hay una oportunidad para el Reino Unido y para el resto de Europa. Nuestras exportaciones a China ya han crecido fuertemente, y ahora suman unos 22.000 millones de libras esterlinas al año. Ahora es nuestro quinto mayor mercado de exportación, con un 4 por ciento de todos los bienes y servicios que vendemos en el extranjero, y ha aumentado desde el puesto 26 en la lista en 1999. Solo en el último año, las exportaciones aumentaron en 5.000 millones, más de un 20 por ciento, y eso fue antes de que Trump comenzara su guerra comercial.
Los automóviles son la mayor exportación, seguidos de los productos petrolíferos y farmacéuticos, pero son los servicios los que realmente están creciendo con fuerza, y donde residirán las mayores oportunidades. Y, por supuesto, eso es solo Gran Bretaña. Los exportadores alemanes, españoles, australianos y brasileños tienen la misma oportunidad de aumentar sus ventas a China.
Sigue siendo la economía de mayor crecimiento, y está en camino de convertirse en la economía más grande del mundo en la próxima década. Ahora existe una gran oportunidad para que las empresas se apropien de la cuota de mercado de los EEUU en ese país, precisamente en el momento en que está creciendo rápidamente, y desarrollando un nuevo mercado para los bienes de consumo y los servicios empresariales; la única cuestión es qué países y empresas tienen la audacia suficiente para aprovecharla.
Por Matthew Lynn
Estratégia y Económia
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