jueves, 15 de noviembre de 2007

CHILE...EL REY TIENE QUIEN LE GRITE

Ahora sabemos que el Rey tenía motivos personales para estar malhumorado, de mala hostia, como dirían en Madriz. No se trataba solamente de Chávez, Evo y Daniel Ortega, pinchando el globo de la fiesta feliz de la Cumbre Iberoamericana. Éstos discursos populares/populistas, mestizos, y agrandados después de pasar por sus respectivas urnas, se metieron en el zapato del Monarca como piedras incómodas, justo cuando su corona está siendo cuestionada en su propio reino y además cuando su propia hija, la infanta Elena, hasta al moño de aguantar a Jaime de Marichalar, su esposo parásito, preparaba la noticia de su separación. Como seis o siete -depende de quien cuente- de cada diez mujeres que se casan, Elena no aguanta más a su marido, un ricachón cuyo único oficio conocido es ser rico y estar casado con una princesa buena y fea.


Así que mientras el venezolano torpedeaba a Zapatero insultando a Josemari Aznar, el derechista esbirro de Bush que soplaba a favor del golpe de Estado que le dieron a Chávez en abril de 2002, uno puede imaginarse a Juan Carlos de Borbón cabreado de haber viajado hasta la tierra prometida de la América feliz de Endesa y Telefónica, para aguantar a un impertinente interrumpir a Zapatero, que es un hombre amable, dialogante y light, como la nueva socialdemocracia europea.


Rodríguez Zapatero derrotó a Aznar desentrañando la miserable mentira de que los atentados del 11 de marzo de 2004 contra los trenes madrileños eran acciones de ETA -o sea del terrorismo doméstico- en vez de los comandos de Al Qaeda. A la derecha de Aznar, como a todas las derechas, le interesaba mantener vivos a sus enemigos internos porque la derecha vive mejor cuando su pueblo está acojonado. Pero esa derecha liderada por el Aznar que Chávez llamaba fascista quería alejar la conexión con el terrorismo islámico porque Aznar había sido el único gobernante que se había prestado para el circo de la invasión a Irak, el mismo circo al que se negó Ricardo Lagos.


Pero el asunto era la nueva vida del Rey que ahora tiene que aguantar con talante democrático que los nuevos republicanos quemen su bandera monárquica, reclamen el fin de la dinastía y de la transmisión sanguínea del poder. Se rompió el dique que había mantenido a la corona fuera del debate público y los republicanos, que no habían muerto ni desaparecido, queman la bandera con su corona, exigen que se acabe la sucesión divina y se constituya una república democrática.


Así que el campechano don Juan Carlos -de quien soy también súbdito, hostias- no aguantó que en estas cumbres amables de las provincias sureñas, viniera un par de gobernantes mestizos a insultar a sus políticos, por mentirosos que sean, y mandó callar a Chávez. Al Rey, legitimado como el arquitecto que desmontó las amarras de la transición traicionando a Franco, que lo había puesto ahí para perpetuar la dictadura tal como aquí hizo el finao, y porque frenó el golpe de Estado de 1981, le crecen los enanos, se le separan las hijas y le gritonea Chávez, que, por cierto, dejó la pregunta dando botes: ¿tenía usted, Su Majestad, noticias de ese golpe de Estado que su propio embajador alentaba?


Sergio Sharpe Agencias AIP EM JPMM

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