miércoles, 20 de junio de 2007

TEMA...LA QUEMA DE LIBROS A TRAVÉS DE LA HISTORIA

Censura política de impresos

Las dictaduras latinoamericanas, para no ser menos, encendieron sus propias fogatas de libros “enemigos”. Para citar sólo un ejemplo, el 30 de agosto de 1980, en Sarandí (Argentina), la dictadura de Videla hizo quemar un millón y medio de libros.


La destrucción de libros o manuscritos por causas o razones políticas es antiquísima. Medio siglo antes de nuestra era, la Biblioteca de Alejandría contenía unos 700 mil manuscritos. Una parte considerable desapareció en la batalla naval entre Tolomeo XIII y Cleopatra, en la que participó el romano Marco Antonio en defensa de su amada. El incendio de barcos alcanzó los depósitos de libros cercanos al puerto. En China, en 213 a. de C., el emperador Chi-Huang-ti decidió borrar la cultura que lo precediera e hizo quemar en sus dominios todos los escritos que no fueran de su agrado. Sólo sobrevivieron textos que fueron ocultados o reconstruidos de memoria. En Roma, por su parte, unos 35 años antes de la llamada era cristiana, Calígula prohibió la “Odisea” de Homero, porque consideraba que las ideas de libertad de los griegos amenazaban a la Roma imperial.


A fines del siglo XVI, ya no un gobernante, sino el Parlamento parisino, censuró a Torcuato Tasso por sus escritos antimonárquicos; y en el XVIII, por iguales razones, el organismo, prohibió el “Emilio” de Rousseau. En el siglo XIX, abundaron también las censuras políticas. El Gobierno prusiano suprimió partes “subversivas” del “Fausto”, la principal obra de Goethe, su genio nacional. Víctor Hugo, por su parte, no menos famoso en Francia, debió partir al exilio hasta la caída del Segundo Imperio, por criticar en su libro “Napoleón el Pequeño” al fundador del Primer Imperio francés.


En el siglo XX, el récord de la destrucción política de libros lo detenta, por cierto, el régimen nazi del Tercer Reich. El 10 de mayo de 1933, en la Plaza de la Ópera de Berlín, empiezan con una fogata de 20 mil libros, considerados como “antialemanes”. Luego, prosiguen las quemas de libros, los saqueos de bibliotecas públicas y privadas, eliminando en las ciudades importantes los libros de unos 5 mil 500 autores. En Francia, durante la ocupación, los alemanes confiscan más de 2 millones de obras de unos 40 autores prohibidos por los nazis. Freud, al saber que sus libros habían merecido la hoguera, dijo: “Es un progreso: en la Edad Media me habrían quemado a mí”. Se equivocaba, millones de judíos fueron quemados, sin escribir siquiera un libro.


Las dictaduras latinoamericanas, para no ser menos, encendieron sus propias fogatas de libros “enemigos”. Para citar sólo un ejemplo, el 30 de agosto de 1980, en Sarandí (Argentina), la dictadura de Videla hizo quemar un millón y medio de libros del Centro América Latina (CEAL). En Chile, la televisión mostró a los soldados de Pinochet destruyendo libros en la Editorial Quimantú del Estado. Todos los libros e impresos de las sedes de los partidos de Gobierno fueron quemados. En la Remodelación San Borja se registró un allanamiento de catorce horas. Según el diario “La Tercera”, “la hoguera hecha con los libros y panfletos políticos ardió todo el tiempo”. A los libros quemados por orden de la Junta, se sumaron los miles, que los chilenos debieron destruir para que no fueran encontrados en las búsquedas barrio por barrio.


¿Y en el siglo XXI, hemos progresado? Desgraciadamente no. Se sigue por el mismo camino. Y que conste: sólo hemos hablado de destrucciones del pensamiento escrito por causas o motivos políticos. Las inspiradas en creencias religiosas, son iguales o peores. Cada grupo sectario trata de eliminar a sus oponentes, comenzando por su pensamiento. Como dice el poeta Heinrich Heine: “Allí donde queman libros, acaban quemando hombres”. La censura se extiende ahora a lo expresado a través de Internet.


La invasión ilegal de George W. Bush a Irak, país donde nació el libro hace 55 siglos, destruyó gran parte de la memoria cultural de ese país. Fueron incendiadas las más importantes bibliotecas, así como el Museo de Historia Natural. Un millón de libros de la Biblioteca Nacional fueron convertidos en cenizas. ¡El lucro y la intolerancia, son el padre y la madre de todas las desgracias humanas!


Jorge Palacios C. Agencias JPMM

NOTA: La quema de manuscritos y libros a través de la historia, siempre fue promovida por aquellos que tienen o tenían el poder económico y militar, vale decir las oligarquías de cada época, que ahora en nuestro tiempos es representada por el capital neoliberal, las trasnacionales, las oligarquías financieras y económicas locales, y los partidos políticos de centro derecha.

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