Digo esto porque Gladys, como ninguno o ninguna otra, muestra la violencia de la exclusión. La injusticia de que una franja significativa de la sociedad chilena no pueda verse representada en el espejo de la democracia que debe constituir el Congreso. Agradezco me hayan invitado a comentar este libro.
Tuve preocupaciones iniciales que no terminaron de disiparse al saber que se trataba de un libro de fotos, porque detrás de un libro de fotos hay demasiada historia, demasiada vida. Para comentarlo hay que hablar de historia y hablar de vida.
Debo decir primero que el libro es maravilloso, tiene un prólogo emocionante de Pedro Lemebel, que traduce de manera muy acertada la pasión que Pedro tuvo por Gladys y que fue correspondida por ella.
Este es un libro de historia, donde las fotografías hablan del ascenso de las fuerzas populares, del triunfo de la UP, del golpe a la democracia y a la vida de tantos chilenos, a la conciencia, al curso de la democratización chilena, en fin, del exilio, de la dictadura y de la difícil reconstrucción democrática finalmente. La historia que más me resuena es la de Gladys, secretaria general de la Juventud en una época en que la Jota llenaba el Estadio Nacional, y donde el PC llegó a representar en marzo de 1971 a 21% de los ciudadanos y ciudadanas de Chile. Es decir, Gladys era la líder de un movimiento político entroncado en el gran curso de las mayorías que estaban por la democracia y la justicia social. Hago un reconocimiento explícito, que se ha hecho pocas veces, al PC y a su comportamiento político durante la UP. Lo digo como el joven militante socialista que era en esa época: el PC entendió mucho mejor que todos nosotros dos cuestiones centrales al proyecto allendista. La primera, la inseparabilidad de la lucha por la igualdad y la lucha por la democracia. Y la segunda, que los cambios sociales cuanto más profundos y estructurales son tanto más amplias y extendidas han de ser las mayorías sociales y políticas que las sustentan. El PC de manera más consistente trabajó para que estos dos principios se hicieran realidad, y desde ese punto de vista, al menos durante la UP, fue el principal y más consistente respaldo al proyecto del Presidente Salvador Allende. Éste es el libro de la pasión de una mujer apasionada. Yo siempre decía: nosotros tenemos a nuestra propia pasionaria y ella es Gladys Marín. Y digo nosotros en el sentido más largo de la palabra, porque Gladys dejó de ser patrimonio exclusivo del PC, y eso quedó explicitado en el funeral de una masividad nunca antes vista que le brindó el pueblo de Santiago. Es la señal más inequívoca de que Gladys Marín pasó a ser patrimonio del conjunto de los demócratas y progresistas. Un hilo conductor de este libro es la sonrisa generosa de Gladys, que es casi un logo. Si uno tiene que dibujar a Gladys, ahí está su sonrisa. Una sonrisa que después del golpe, y los golpes que le dio la vida, tenía un trasfondo de tristeza que con el tiempo fue recuperando la alegría original. Algunos decían que Gladys era dura. Pero cómo no serlo cuando se han recibido los golpes que la vida le dio a Gladys. El asesinato de su compañero y la obligación de vivir separada de sus hijos y no poder criarlos. Si había dureza, la de Gladys venía en un contexto que la explicaba. Detrás de esa dureza había muchísima, infinita humanidad. Soy hijo, como buena parte de quienes -como he referido- tenían a padres que votaban con el 21% ya referido del PC en 1971, de una mujer como Gladys. En consecuencia, cuando tenía ocho años fui pionero en la base de La Reina. Íbamos a la Quebrada de Macul con Daniel Vergara y hacía teatro con Pedro Socotonil. Cuando ingresé al Internado Barros Arana participaba activamente en las reuniones de premilitancia, que eran muy largas y chocaban con las horas en que jugaba pichangas de fútbol. Así es que no fue por razones ideológicas que no entré a la Juventud Comunista. Las razones ideológicas y políticas vinieron posiblemente después. Como joven militante de la UP conocí a Gladys -a la distancia naturalmente-, a esa mujer hermosa, a esa líder segura que siempre señalaba un camino. Y después la perdí de vista con el golpe. Ella se fue al exilio y yo, que tenía 16 años, me quedé. Luego la reencontré a fines de los ’80 con la misma convicción y energía, con la fe del carbonero, y más tarde, ya en mi caso como dirigente del PPD, en tratativas para enfrentar un pacto parlamentario. El destino me puso en su camino. Estaba cerca del Hospital Karolinska en Estocolmo, como embajador de Chile en Suecia, y recibo la petición de Lautaro Carmona para intentar acelerar la internación de ella en ese centro hospitalario. Los compañeros del partido allá me dicen que es imposible conseguir hora -porque no hay pituto que valga- y la lista de espera es larga. Partí con toda mis ganas a hablar con el director del hospital, que se convenció y me dijo que en cuanto llegara Gladys al aeropuerto partiéramos al hospital. Llegó ella, partimos al hospital, nos sentamos con el equipo clínico y lo primero con que nos encontramos fue que las radiografías mostraban que el tumor era muchísimo más grande de lo previsto. Cierta técnica era imposible de aplicar. Los suecos le dijeron inmediatamente que habían operado a 2 mil personas en los últimos tres años y que el promedio de sobrevida era de entre uno y dos años. Y a ella no se le movió un párpado. Creo que nunca perdió la fe en desafiar a la estadística. Creo que ella tenía una convicción religiosa, pese a ser comunista. En la casa donde durmió quedaron unos santitos y unas vidas célebres de santos que leyó. Y ella tuvo una señal: de pronto, el médico que hace de intérprete del médico jefe habla en español y nos dice que se llama Inti Peredo. Nosotros pensamos que era una broma. Pero no, era efectivamente el hijo del guerrillero, y Gladys que había hecho un recorrido justamente el verano previo por los caminos del Che y había estado con el tío de Peredo, consideró que eso era una especie de señal. Eso cambió las cosas, porque el médico se comunicaba en español, porque ya no era cualquiera sino un compañero que estaba comprometido afectivamente con la salud de Gladys y entendía el significado que tenía ella para Chile y para la izquierda latinoamericana. Estuvimos ese fin de semana, con sus hijos, esperando que la internaran. Descubrí ahí el dolor de ella por no haber vivido su vida con sus hijos. En algún momento, uno de ellos me contó que había obtenido un premio en una carrera de 400 metros en el colegio. De pronto noté que Gladys no lo sabía y que escuchaba eso con la avidez de quien se ha perdido 10, 12 ó 15 años de la vida de otra persona y que tiene el apresuramiento de encontrarse con esa persona y al mismo tiempo el temor de que no haya el suficiente tiempo para ese reencuentro. Hay pocas personas en la vida con la voluntad de vivir, con tanta pasión por los demás, con tanto cariño y generosidad por su país como Gladys Marín. No soy nostálgico del pasado, más bien lo soy del futuro, pero la gracia de este libro es que aquí hay sudor, vida y pasión, que estoy completamente seguro que va a inspirar a muchos jóvenes y no tan jóvenes para reconstruir esta historia mirando al futuro". Versión de las palabras del presidente del PPD en la presentación del libro de fotografías "Gladys Marín: Una vida por la humanidad", en el Museo de Bellas Artes el 13 de septiembre de 2008. Agencias Prensa Por Pepe Auth LN AIP JPMM ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
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