La autoproclamación de la independencia de la provincia serbia de Kosovo y la indecorosa premura con que Washington y sus aliados anunciaron el reconocimiento de ese cuasi Estado son, hace ya unos cuantos días, el tema central de los comentarios de políticos y de los medios de difusión. Y ello es comprensible, pues se trata de un suceso de veras importante para la comunidad internacional. Sin embargo, no podemos pasar por alto el que en Washington, y en muchas otras capitales occidentales, comentando todas las peripecias de la crisis kosovar, se afanan en obviar lo principal en lo ocurrido y en lo que va mucho mas allá de la mera suerte del Estado autoproclamado.
Se trata de que ha surgido el peligro real de la destrucción del orden mundial y de la estabilidad internacional que ha venido forjándose durante décadas.
En relación con lo ocurrido valga recordar que, la tragedia de la segunda guerra mundial comenzó con el hecho que los gobernantes de Alemania nazi decidieron que las leyes, incluidas las internacionales, no habían sido escritas para ellos. La anexión antijurídica del Estado soberano austriaco, la violación, con la ignominiosa connivencia de los líderes de entonces de Europa, de la soberanía de Checoslovaquia, la invasión a Polonia fueron los primeros actos de una de las mayores tragedias de la historia mundial. Tal fue entonces el precio del menoscabo criminal y del atropello flagrante de las leyes del derecho internacional.
Las duras lecciones fueron asimiladas. Inmediatamente después de la Victoria, en septiembre de 1945 fue creada la ONU y firmada su Carta que se convirtió en cimiento del orden jurídico internacional para las décadas que siguieron. Este foro internacional, el mas representativo, ha sido el instrumento principal regulador de la actividad de todos los miembros de la comunidad mundial.
En 1975, en la capital de Finlandia, 35 Estados de Europa, mas EEUU y Canadá firmaron el “Acta de Helsinki” que consolidó las fronteras de Europa de posguerra y refrendó los principios del carácter inquebrantable de la soberanía de todos los Estados del continente. El sistema jurídico internacional creado después de la II Guerra Mundial garantizó la estabilidad y apartó a la humanidad del borde del precipicio nuclear.
Sin embargo, desde hace algún tiempo que a Washington dejaron de satisfacer los principios consignados en la Carta de la ONU. En 2002, el gobierno del presidente Bush aprobó el documento titulado “Estrategia de la seguridad nacional de EEUU”, que devino mas conocido como “doctrina Bush”.
En este documento, de veras sin precedente en la práctica política mundial, se proclama que la política exterior de EEUU debe asentarse en tres pilares: la supremacía militar insuperable, la concepción de la guerra preventiva, que prevé el lanzamiento de ataques cuando Washington lo considere necesario y, la disposición a actuar en solitario cuando “no se logre alcanzar la cooperación multilateral para la defensa de los intereses norteamericanos”. La incompatibilidad plena de estas cláusulas de la “doctrina Bush” con la Carta de la ONU y todo el orden jurídico mundial existente no requiere de pruebas algunas.
Un desafío directo al Derecho Internacional y a la ONU fue el primer conflicto armado en el territorio de Europa de posguerra, cuando en marzo de 1999, por una decisión tomada en las riberas del Potomac, cumplida obedientemente por Bruselas, varios millares de bombas y cohetes fueron arrojados sobre las ciudades del Estado soberano de Yugoslavia.
La impunidad indujo a Washington, aplicando los postulados de la “doctrina Bush”, a lanzarse en una aventura bélica mas. De nuevo, al margen de la ONU, pisoteando burdamente su Carta, en marzo de 2003 invade el Estado soberano de Irak. Las consecuencias no calculadas previamente y graves para Washington de esa aventura militar antijurídica no enseñaron nada a sus diletantes políticos.
Y ahora nuevamente, sin mediar consecuencias algunas despreciaron los principios básicos del derecho internacional provocando primero, y apoyando mas tarde la auto-proclamación de la independencia de Kosovo, que viola los principios de la inmutabilidad de las fronteras de los Estados soberanos.
A primera vista, esta es una acción antijurídica aislada de Washington y de quienes lo apoyaron. Pero, en realidad, ella pone en tela de juicio todo el sistema jurídico internacional que se ha creado en cerca de un siglo y, propina un duro golpe no solo al prestigio, sino también al fundamento de la ONU, a sus posibilidades de desempeñar el papel eficaz de instrumento de la paz y de la seguridad internacional.
Se equivocan los cerebros y protagonistas de este juego político sucio y peligroso si estiman que no saldrán perjudicados ellos mismos. El mundo es indivisible. La ley de la selva, cuando la fuerza sustituye al derecho es el paraíso para el terrorismo. Ello amenaza a todos y a cada uno por separado de los miembros de la comunidad internacional.
Si los actuales dirigentes de Washington no son conscientes de ello tendrán que pagar un elevado precio por ello los que vendrán, y quienes los apoyan, haciendo gala de una miopía impropia de un alto dirigente estatal.
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