
Tres integrantes del alto mando del Ejército de Chile aparecen involucrados en crímenes de la dictadura cuando eran adolescentes. Los dirigentes empresariales protestan porque el ministro del Trabajo se reunió con el principal dirigente sindical de Chile. La UDI critica la "debilidad" del Gobierno por impedir que Patricia Troncoso muriera de hambre. El Mercurio titula orgulloso que la derecha llega a la presidencia de la Cámara de Diputados "por primera vez en 50 años".
Trabajadores y trabajadoras con sueldos miserables tiemblan de miedo cuando cae el índice Nikkei o se desploma la bolsa de Nueva York. Un reportero de TVN hace varias recomendaciones alimentarias, pero aconseja al público que, mejor, "si tiene dinero", que vea a un médico. Una publicidad bancaria muestra a un individuo vendado escapando de un hospital por la ventana, para evadir una cuenta enorme (se supone que es gracioso).
Cuando se reseña la vida de Volodia Teitelboim, se cuenta que fue senador, pero no que fue arbitrariamente destituido, que se salvó de la persecución y posible asesinato por estar fuera del país y que pasó 16 años exiliado en la Unión Soviética. Eso mismo ocurre con muchas otras reseñas históricas, de cualquier tema: una historia lineal, sin traumas, sin "política".
Como dice Ricarte Soto en su notable columna dominical, mientras a decenas de pacos y milicos se les enjuicia y manda a la cárcel -aunque sea un hotelito la tal "cárcel"- sus mandantes andan por ahí de contralores de la democracia y posiblemente sea alguno de ellos quien llegue a dirigir la Cámara, por obra y gracia de un sistema electoral malévolo.
Una impactante película uruguayo-chilena que se estrenará próximamente en Santiago tiene como lema "la verdad cura": como dice la canción, por todas esas cosas y por muchas otras en el año 18 de la post-dictadura, la desnazificación de Chile es una necesidad urgente. Esta es hoy la única "medida de lo posible".
¿Qué es la desnazificación? En Alemania, tras la derrota del régimen nazi, todos los partidos e instituciones asumieron una responsabilidad terrible y duradera: que la tragedia no fue obra de un sicópata (Hitler), ni de un grupo cualquiera, sino de todo el pueblo alemán.
Aquí es menos grave, porque por suerte Chile no tenía la potencia para invadir a sus vecinos, pero hay que asumir oficialmente, como Estado, que es mentira que las culpas son individuales. Reconocer que hubo un régimen ilegal y que todo lo que hizo está viciado de fondo.
Estos generales cuestionados seguían órdenes, tenían 18 años y creían estar salvando al país de la bestia marxista. ¿Es justo castigarlos? ¿Para qué, si los reemplazarán otros iguales? Peor aun, de aquí a diez años el alto mando será igualito, compuesto por gente inocente, pero que aprendió en la Escuela Militar que en 1973 el Ejército salvó a la patria. No sé por qué cuesta tanto decir -y más todavía asumir- algo que sabe todo el mundo.
Agencias LN AIP JPMM
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