Después del 11 de septiembre de 1973, el mirista Víctor Toro, de 65 años, cuya chapa era “Melinka”, se convirtió en una de las personas más buscadas por los militares. Desde que fue expulsado de Chile hace 31 años, nunca más retornó. Pero escucha la radio por Internet, lee el “Fortín Mapocho” y por obligación revisa “El Mercurio”, “La Tercera” y “La Nación”. Por la prensa se enteró de la muerte de Osvaldo Romo, “esa fue la única buena noticia que recibí”, comenta. Está al tanto de los triunfos deportivos y no se pierde los partidos de la Sub 20. Cree que el hecho de que Iturriaga Neumann esté prófugo de la justicia demuestra “las contradicciones de la caricatura democrática que hay en Chile”. Conocido activista del Bronx, fue detenido el 6 de julio en Rochester por la Patrulla de Fronteras, mientras regresaba a Nueva York, donde reside desde 1984 con su esposa, la chilena Nieves Ayres. Toro salió de prisión en el condado de Cayuga en Auburn, luego de que su familia pagara una fianza de cinco mil dólares. Desde su residencia en el corazón del Bronx, con un acento spanglish-mexicano, relata que salió en libertad no sólo por las gestiones de su abogado, Carlos Moreno, sino por la presión internacional tras su detención. “A pesar de que he sido indocumentado, nunca he dejado de ser público. He hablado ante un millón de personas en pleno centro de Manhattan. Me he reunido con alcaldes, gobernadores, congresistas, diputados, senadores. Eso ayudó a que determinaran dejarme en libertad bajo una fianza”.
Mientras conversa hojea los periódicos más importantes de Nueva York, como “The New York Times”, donde aparece destacado en primera plana.
COMO UN PRESO DE GUANTÁNAMO
Sobre las circunstancias de su detención cuenta que se encontraba en California recorriendo distintos pueblos. Viajaba en un tren popular que atraviesa el país cuando fue sorprendido por una redada de “la migra”, como llaman a la Policía de Inmigración. “Cada cierto tiempo desarrolla redadas contra latinos, mexicanos, asiáticos. En cualquier momento uno puede caer. La mayoría de ellas han sido en barrios y lugares de trabajo de los inmigrantes. Pero ahora están subiendo a la locomoción colectiva”, relató. Cuando ingresaba al estado de Nueva York, “la migra se metió adentro del tren con perros amaestrados, con violencia, y empezaron a pedir documentos. Yo tenía un pasaporte chileno que saqué hace 15 años y me servía para viajar. Se dieron cuenta que no tenía visa y dos policías me sacaron afuera con mis pertenencias con mucha prepotencia. Me esposaron y me llevaron a la Oficina de Inmigración junto a más de 50 indocumentados que venían en el tren, entre ellos mujeres, niños, asiáticos, europeos, rusos, musulmanes”, recordó. De ese episodio le causó conmoción cuando lo desnudaron, dentro de la celda, y tuvo que ponerse el traje naranja similar al de los presos de Guantánamo, pero con el nombre de la cárcel de Cayuga. “Era indignante. Recordé cuando estuve incomunicado, vendado y esposado durante un año en la Academia de Guerra en Chile. Uno empieza a vivir la represión que pensó no iba a volver a sufrir. Acá la policía es muy racista, recibí muchas patadas, insultos y humillaciones. Ha sido una situación muy difícil desde el punto de vista emocional”. Estuvo cuatro días incomunicado con la familia, al interior de un recinto que parece un palacio por fuera, “pero por dentro es un infierno. Es un subterráneo con cientos de indocumentados. Conocí cuatro chilenos que llevan seis meses ahí y que nadie sabía de ellos”.
HOMBRE MUERTO CAMINANDO
Toro lleva 23 años viviendo sin papeles en Estados Unidos. En Chile estuvo en cuatro centros de detención, incluyendo Tres Álamos. Ahí conoció a Nieves, con quien se reencontraría tiempo después durante su paso por Cuba. Su actual esposa fue reconocida por un periódico latino como una de las mujeres más destacadas por su activismo a favor de las mujeres golpeadas. Toro fue liberado en 1976. Lo subieron a un avión, lo expulsaron de Chile y se radicó en Cuba durante cinco años. Antes pasó por Alemania, Francia, Suecia, “fui a hablar a Ginebra a la Comisión de Derechos Humanos”. Como refugiado político ingresaba a diferentes países haciendo activismo por la causa de la resistencia en Chile. Las versiones oficiales señalan que desde que se fue del país no dio señales de vida. Su familia intentó ubicarlo, pero al no tener resultados pidió a tribunales que lo declararan legalmente muerto.
En 1984, el “Diario Oficial” publicó su presunta muerte. Pero él tiene otra versión de los hechos: “Inventaron esa patraña y engañaron a mi madre, que no sabía leer ni escribir, para que hiciera la petición. Según la dictadura, no se sabía de mí desde que hice el servicio militar. Me borraron del mapa porque pensaban que iba a regresar en la política de retorno del MIR y entonces me matarían sin dar explicaciones. Alcancé a hablar con mi madre antes de que muriera y me dijo que fue presionada. Cuando me vio en un reportaje se dio cuenta del engaño”. En 1984, Toro decidió ingresar ilegalmente desde México a Estados Unidos. “La situación se hacía insoportable debido a la presión exterior de la DINA, que comandaba ese general que anda prófugo y que seguramente está resguardado en algún cuartel del Ejército chileno”, indicó. Desde entonces, Toro es un ilegal en Estados Unidos. Llegó a California trabajando en movimientos artísticos y culturales. Luego se estableció en el Bronx, donde contribuye a las luchas sociales y comunitarias. “Creamos la Peña del Bronx. Somos parte de la familia que nació y creció aquí”, dijo. La Peña, explica Toro, es un movimiento multirracial y multicultural que responde a las necesidades de los pobres en el Bronx.
Agencias Carlos Alonso LN JPMM
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