sábado, 24 de octubre de 2009

CHILE...EL ATROZ FINAL DEL CURA ANTONIO LLIDÓ


"¿Y por qué no hablás, cura maricón?", preguntaron los torturadores de la DINA a un Antoni Llidó maltrecho. "¡Por mis principios!", respondió el cura valenciano mientras, entre violentas palizas, era conminado a delatar a dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en octubre de 1974.


Así lo atestigua Edmundo Lebrecht, compañero de celda de Llidó en el centro de detención de la calle José Domingo Cañas de Santiago y cuyo testimonio fue filmado por Andreu Zurriaga, sobrino del sacerdote.


Sus últimos días estuvieron marcados por torturas terroríficas que incluían aplicación de electricidad durante horas. Todos los testigos coinciden: no delató a nadie.


La fortaleza de espíritu y de conciencia fue una constante en Llidó, que llegó a Chile en 1969 hastiado del franquismo y del conservadurismo de la Iglesia española. Fue destinado a la minúscula localidad de Quillota, en la diócesis de Valparaíso.



La llegada al Gobierno en 1970 del socialista Salvador Allende ayudó a Llidó a desarrollar una intensa actividad en defensa de los derechos humanos y en mejorar las condiciones de vida de campesinos y pobladores.


Su compromiso traspasó las fronteras de lo religioso y en 1971 ingresó en el grupo Cristianos por el Socialismo y en el MIR. Ese mismo año el obispo de Valparaíso, el ultraconservador Emilio Tagle, le suspendió de sus funciones sacerdotales.


El golpe de Estado de Augusto Pinochet en septiembre de 1973 condujo a Llidó a la clandestinidad. El historiador Mario Amorós concluye en su libro Antoni Llidó, un sacerdote revolucionario que el cura valenciano no fue un militante más, sino un destacado miembro de la organización del partido bajo la dictadura.


De ahí la brutalidad de las torturas que padeció tras su detención, el 1 de octubre de 1974. Diez días más tarde fue trasladado al centro de Cuatro Álamos, de donde fue sacado el 25 de octubre para convertirse en el único sacerdote en la lista de los 1.192 detenidos desaparecidos de la dictadura de Pinochet.

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Josefa Llidó (Xàbia, Alicante, 1936) es de figura menuda, como era su hermano. No es lo único que les unía.


Ambos compartían una fuerte determinación. La de Antoni, por la defensa de los oprimidos hasta perder la vida en 1974 en las cárceles de Pinochet. La de Josefa, por que el crimen de su hermano no quede impune.


La Corte de Apelaciones de Santiago de Chile acaba de ratificar la condena de siete años de prisión para cuatro militares retirados y ex miembros de la DINA a los que responsabiliza de la desaparición del cura valenciano. Además fijó una indemnización de 188.000 dólares para su hermana Josefa.


¿Se ha hecho justicia?


La pena nos parece corta. Siete años de prisión son pocos. Pero no vamos a recurrir. Pedíamos que se hiciera justicia, que se castigara a los responsables y que se hiciera público que secuestraron e hicieron desaparecer a mi hermano. Lo hemos conseguido. Supongo que el Estado chileno recurrirá para rebajar la indemnización y el caso llegará a la Corte Suprema.


¿Se incluye a todos los responsables de su desaparición en la sentencia?

No. En primera instancia había siete procesados. También estaba Pinochet, del que pedimos su desafuero, pero al morir quedó fuera del proceso. Los autores materiales que aparecen en la sentencia son los que se han podido comprobar. Pero todos sabemos que hubo muchos más involucrados. Por ejemplo, el obispo de Valparaíso, Emilio Tagle, que conocía la situación de mi hermano, pero no hizo nada para conseguir su libertad.


¿Considera a este obispo cómplice del asesinato de Antoni?


Sí. A él y a la jerarquía de la Iglesia chilena. Tagle dijo en 1975 que mi hermano estaba bien y que pronto saldría en libertad, pero ya lo habían matado y hecho desaparecer. No me creo que [Tagle] desconociera este hecho. Era de la cuerda de Pinochet y justificaba este tipo de prácticas. Tras el golpe llegó a decir que era necesario que se derramara sangre en Chile.


¿Cuál ha sido la actitud de la Iglesia española?


No han hecho nada. La jerarquía eclesiástica es generalmente muy retrógrada y conservadora. Antoni les resultaba incómodo por su compromiso. Decía las verdades y no se escondía. La dictadura de Pinochet hizo desaparecer su cuerpo y la Iglesia española su memoria como sacerdote. Nunca lo han reivindicado. Hasta nos han negado el acceso a los archivos del Arzobispado de Valencia.


«El Arzobispado de Valencia nos ha negado el acceso a los archivos»


Dicen que los datos sobre mi hermano son secretos durante 50 años. Pero no toda la Iglesia es así. El Comité Pro Paz y La Vicaría de la Solidaridad [creados en Chile tras el golpe de Estado para identificar a los desaparecidos] nos ayudaron mucho. También sacerdotes chilenos como José Aldunate, Mariano Puga y Jesús Rodríguez han luchado por esclarecer el asesinato de mi hermano.


¿Dónde cree que acabaron sus restos?


Se ha dicho de todo. Que lo tiraron al mar. Que lo llevaron a Colonia Dignidad [campo de detención de origen nazi al sur de Santiago]. Nuestro abogado en Chile piensa que nunca encontraremos el cuerpo de Antoni. A no ser que alguien señale dónde está. Pero es muy improbable. Hay gente que sabe pero que no habla por miedo. Los responsables siempre se han protegido entre ellos y ha sido destruida mucha documentación militar.


Agencias Prensa EDP AIP JPMM

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